Conferenciant: Sr. Joaquín Araujo
Data: 3 de desembre de 1998
Lloc: Casal Pere Quart
Bona tarda a tothom, muchas gracias. Gracias Martí por estas palabras que creo que son fruto de esa complicidad que ha quedado muy patente. Porque la pasión por la naturaleza es uno de esos vínculos que sin duda acrecientan los otros, los de la amistad, y mucho más cuando sabemos que juntos hemos bregado en tantas ocasiones contra corriente.
Eso también une mucho en esta vida porque tampoco podemos estar especialmente satisfechos del avance de esa sensibilidad.
Cuando Martí Boada y yo nos conocimos hace ya un número de años, que mejor olvidar, éramos muy pocos en aquella excursión al Pirineo los preocupados por la naturaleza, por los sistemas naturales, por el equilibrio ecológico tan traído y tan llevado.
Seguramente no pasaríamos de los pocos cientos en una sociedad completa como era la que en aquel momento estaba formando este país,este estado.
Ahora quizás las cosas han cambiado mucho pero también ha avanzado mucho la degradación. Hay muchísimas más personas trabajando con rigor, con criterio. Hay miles de iniciativas como ésta y yo, por supuesto, no puedo por menos que agradecer al Ayuntamiento de Sabadell el que me brinde esta oportunidad de compartir con ustedes esta tarde el que yo considero planteamiento básico de la sostenibilidad y algunas que otras pequeñas ideas sobre la educación.
Ciertamente, y a pesar de que casi todo puede ser definido en algún momento como preocupado por el medio ambiente (ya sean instituciones, empresas, grandes proyectos internacionales) también la destrucción en este último cuarto de siglo se ha incrementado en muchísimo.
Probablemente no ha compensado una cosa con la otra y tenemos que seguir planteándonos, con el mejor talante posible, el construir otra forma de estar en el mundo. Porque creo que lo demanda el mundo y, sobre todo, lo demanda la propia condición humana.
No podemos seguir entregados, con esta velocífera codicia, a la destrucción de nuestra propia intimidad e identidad. Y por eso precisamente es importante el planteamiento que se me ha propuesto para esta tarde. Porque si tuviéramos que analizar con rigor cuáles son los grandes pilares de la actualidad y cuál es la única seria esperanza para que el futuro no se salde con la destrucción de su propia condición, que es la de potenciar la continuidad de los acontecimientos, hay que hablar de educación y hay que hablar de ciudad. ¿Por qué?
Pues porque evidentemente son los dos grandes retos, son lo que en estos momentos está significando el fulcro de la balanza, el máximo escenario de todas las actividades de todo tipo. Y, por definición, la ciudad es el centro de las decisiones.
Probablemente convenga recordar que CIUDAD está vinculado al término CAPITAL, y éste a CABEZA. Y que a CABEZA le adjudicamos el papel rector y directo de nuestras propias intenciones.
Ahora mismo, el hecho de vincular la ciudad a la idea de que es lo que dirige el mundo, el medio que realmente se constituye en centro absoluto de la actividad evidentemente no desvela nada nuevo. Pero a veces conviene recordar que hoy día la ciudad dicta demasiadas leyes en demasiadas direcciones a la par, que concentra demasiado en su propio seno, bastante más de lo que le corresponde.
No deja de ser ésta una situación en que, si tiramos un poco de los guarismos de esas cifras que a veces sirven de apoyo y sostén para los razonamientos, no está de más decir que las ciudades acaparan prácticamente el 80% de todo lo que produce el planeta, en todos los sentidos. Desde alimentos, energía, información..., sobre todo información, que es hoy por hoy el recurso más preciado.
Porque, no en vano, la información a su vez alimenta al negocio que moviliza más cantidad de dinero en el planeta y concentra el 80% de todo lo que se moviliza por parte de nosotros los humanos cuando solamente viven en las ciudades un 50%. Ahí ya habría una cierta aproximación a la comprensión del papel de las ciudades.
Evidentemente, la ciudad es lo que los ciudadanos queremos que sea hoy. Pero también habiendo dejado de lado muchas responsabilidades, habiendo abdicado del ejercicio de la propia ciudadanía. Por eso tiene que intervenir inmediatamente la educación.
Yo creo que entre los proyectos más sensatos que podemos acariciar en el presente están precisamente los que nos denominamos a nosotros mismos ciudadanos.
Hay que tener en cuenta que la palabra "ciudadano" tiene tal éxito en la historia de la cultura occidental que acaba eclipsando cualquier otra definición de ser humano. Ya no se utiliza el señor que vive en un país, sino el ciudadano de tal país, como si en ese país ya no hubiera otras realidades que los que habitan en las ciudades.
Este tipo de imposición incluso lingüística tiene mucho que ver con las realidades. Y por eso probablemente sólo podemos recurrir como elemento de mejor aproximación a lo que hoy día estamos haciendo con el planeta, con nuestras ciudades y con nosotros mismos a través de una información veraz,de un análisis de las realidades de tal y como nos viene y también de unos planteamientos bastante más intensamente propositivos en el campo de la educación.
Normalmente se ha entendido siempre a la educación como un proceso en el que fundamentalmente se intenta la integración de la parte nueva de la sociedad en los criterios básicos como acrecentamiento del conocimiento. Y, desde luego y sin duda, como adiestramiento para insertarse en los dominios de lo que podemos llamar sistema productivo.
Podríamos decir que la educación, exceptuando quizás lo que podemos llamar educación para la sensibilidad creativa o artística (que ésa es la que se escapa,aunque todo el mundo sabe que el artista es un privilegiado que figura en la nómina del porcentaje más minoritario de las sociedades), en el fondo siempre la entendemos como adiestramiento para producir, más incluso que cualquiera de las otras acepciones convencionales.
Se educa mucho más para esa finalidad mencionada que para la convivencia, la comprensión, para el construir fuerzas educadoras que a su vez sean retroalimentadoras de la posibilidad que tiene el ser humano de aproximarse, por lo menos, a la comprensión de su mundo.
Es demasiado lo que se entrega, es demasiada la obsesión que tienen nuestras sociedades en el capítulo de lo puramente productivo; y todo lo demás queda un tanto desvalido.
En este sentido, me parece oportuno recordar una de las anticipaciones más lúcidas que uno ha encontrado (lo que luego forma parte de su vida íntima y cotidiana y de sus propósitos más queridos), que es una apreciación de Unamuno de hace 78 años que hoy día suscribiría. Y Martí Boada, que es un gran educador ambiental, creo que estará de acuerdo conmigo cuando don Miguel de Unamuno aprecia que para que un pueblo se civilice y crezca importa más que aprenda a consumir que a producir.
Fíjense ustedes, civilice. Ya estamos otra vez con la ciudad. Civilización y ciudad siempre se han considerado como prácticamente inseparables. Al final de la charla se intentará demostrar que puede haber muchísima civilización, muchísima cultura, muchísima educación y muchísimas ofertas para mejorar la condición humana que no tienen nada que ver con la ciudad o que pueden perfectamente estar implicados en la ciudad sin que sean acaparadoramente excluidas las otras, las que tienen que ver con lo natural.
Realmente podríamos empezar a encontrar un fundamental papel de lo que sería el propósito de la ciudad como elemento educador, porque probablemente ahí está una de las claves de todo lo que denominamos crisis ambiental que yo califico en paralelo de crisis de identidad del ser humano.
Si nos educan permanentemente para producir, tendría que empezar a haber un determinado tipo de apuesta para que se nos presente la oportunidad de aprender a consumir. Desde luego que nos enseñan a consumir, pero con unos criterios especialmente desvirtuados. Porque lo único que se nos enseña es a consumir mucho y aceleradamente.
Probablemente la fuerza más educadora que figura en estos momentos en los planteamientos que tiene a su alcance desde el más joven hasta el más anciano (pero evidentemente con más capacidad de que tenga repercusión en la sensibilidad de los más pequeños) es la publicidad comercial, que es lo que les resulta más atractivo a los pequeños.
Incluso lo diré como profesional de los medios de comunicación y como persona que ha hecho tres spots en su vida.
La publicidad comercial va dirigida en su mayor parte (probablemente por encima del 60-70%), y lo sabemos desde la profesionalidad y lo sabe prácticamente cualquier sociólogo de este mundo, a los jóvenes. Y por supuesto les enseña a consumir. Pero a consumir todo y cuanta más cantidad mejor. Y cuanto más aceleradamente se degrade lo que ha consumido para volver a reiniciar el proceso, parece que es mejor. Porque se pone en marcha y en movimiento la rueda de lo que es importante: producir.
Ciertamente el aprendizaje para el consumo es complejísimo, es extraordinariamente alterador de los ritmos y de las proposiciones convencionales que hay en nuestra sociedad. Y, además, se enfrenta con el gran educador.
No se puede hacer, en la actualidad, ningún análisis que tenga que ver con cualquier aspecto de la educación sin pasar por el medio que a mí me permite ganarme la vida, sin pasar por el ámbito de los medios de comunicación de masas.
En ese sentido, hay que hacer simplemente una consideración. Que no la hace Joaquín Araujo desde ningún tipo de posibilidad de estudio (porque a mí me han convertido en un permanente divulgador y por tanto mi capacidad de investigación tiene que ser lógicamente reducida, por no decir casi mínima). A lo único que me dedico ahora a investigar son aspectos de la agricultura biológica y algunos que tienen que ver con la zoología, pero no en cuanto a lo sociológico, a los medios de comunicación.
El dato que les voy a dar a ustedes procede de una investigación realizada por el Departamento de Pedagogía de la Facultad de la Universidad Complutense de Madrid que se dedica precisamente al estudio de la educación.
Ese análisis que hacen después de un montón de consideraciones viene a decirnos que, en estos momentos, la fuerza más educadora que existe en el mundo es la televisión y los medios de comunicación de masas en general.
Por tanto, empieza a haber problemas serios de posibilidad de ofrecer una alternativa suficientemente enérgica que se oponga a las grandes ofertas ilusionantes extraordinariamente atractivas que tiene la televisión.
Porque está fuera de toda duda que la televisión es un elemento que no produce necesidad de emprender esfuerzos por parte del que la consume. Es tan sencillo, es tan absolutamente fácil, casi diríamos es tan a favor de corriente (muy al contrario de lo que decía al principio de que a personas como a Martí o como a mí nos ha tocado bregar contra corriente).
Ponerse delante de la televisión, recibir informaciones y aceptar, probablemente con poca capacidad crítica y de análisis lo que se nos está ofreciendo, no cabe duda que eso entra fácil.
Entra con una extraordinaria sencillez en la capacidad mental, en la capacidad de formación de criterio de las personas.
Ese estudio de la Facultad de Pedagogía decía que para la totalidad del sistema educativo, desde la maternidad y los colegios de infancia hasta las altas esferas de los doctorados y másters, le quedaba reservado un porcentaje de formación de criterio probablemente inferior al 20%. El otro 15-20% quedaba para el conjunto de las relaciones amistosas y familiares.
Es decir, que todo ser humano tiene una idea del papel que tiene que desempeñar en nuestra sociedad y en nuestro mundo.
Todo el mundo sabe que quiere determinadas cosas y que, por tanto, acepta una auto-imposición de una idea, de un criterio que le guía en su camino a través de la vida.
Parece ser que la formación de los criterios básicos de nuestra sociedad están fundamentalmente por encima del 60% formados por los medios de comunicación de masas. Con esto no quiero decir que sean buenos, malos o regulares. Eso me lo reservo para el debate si tiene interés.
Pero está fuera de toda duda que el sistema educativo no es lo que más educa. Ése es el principal problema con el que se enfrenta la totalidad de los que componemos los medios de comunicación, y es muchísimo más grave porque nosotros llevamos ventaja para todos los que quieran educar, en cualquier sentido, a la sociedad o a sus conciudadanos.
Si esto lo consideramos tal y como nos lo dicen los investigadores de la Pedagogía, evidentemente cualquier planteamiento renovador, reformador, amplificador de los criterios básicos también tendrá que lidiar en los medios de comunicación para tener alguna oportunidad de ser suficientemente incisivo en la sociedad actual.
Y ahí nos planteamos la consabida alternancia de opiniones, porque los medios de comunicación dominan un determinado número de géneros, de enfoques, de planteamientos, de estilos, de realidades entre las que, por supuesto, no figuran de forma destacada algunas de las más importantes para crear una posibilidad de que se entienda lo que es la sostenibilidad. O de que se entienda qué es una ciudad más equilibrada o qué es una ciudad simplemente para sus habitantes y ciudadanos. Y muchísimo menos qué es una ciudad pura y llanamente educadora.
Me gustaría aportar un par de datos a manera de simple camino de posibles preguntas en el debate. Y es que la totalidad de lo que muchas veces se considera más cercano a lo mejor de la condición humana, como es la solidaridad, la paz, la igualdad intergeneracional, el respeto a la naturaleza..., en la mayor parte de los casos, el tope máximo que llega a ocupar en los medios de comunicación oscila entre el 1-2%.
Permanentemente se podría decir que a lo largo de los últimos 20-25 años (que son los que hay estudios al respecto) se han mantenido por debajo del 0,5%.
Estas magníficas cotas de presencia en los medios de comunicación de lo que podemos llamar "pensamiento humanístico" se han mantenido en ese 0,5%; mientras que en los momentos más álgidos, en torno a la cumbre de Kyoto, o cuando hay grandes desastres o situaciones que se convierten en algo mucho más noticiable (como es la agresividad dentro del hogar, con esa extraordinariamente dura lacra de asesinatos y cosas así), llegan al 1,5% y se acercan a veces al 2% de lo que aparece en los medios de comunicación.
Por tanto, habría que ver si el primer programa de educación realmente generoso con nosotros mismos no debería plantearse alguna forma de buscar el desengancharse de los medios, cosa que es prácticamente imposible en estos momentos.
Es decir, nadie con un poco de seriedad se puede plantear el que se reduzca el consumo de los medios. Es algo que va imparable hacia arriba precisamente porque es felizmente fácil y cuesta mucho menos. Y ahí está el consumidor pasivo de los medios de comunicación.
Pero tampoco es nada sencillo reclamar una mayor cuantía, unas dosis crecientes de que aparezca esta sensibilidad hacia lo débil de nuestras sociedades y nuestro planeta porque estará a merced del acontecimiento catastrofista que casi siempre se acaba convirtiendo en una cierta fuerza de retroceso (siempre acaba habiendo la lectura de hay que ver,nos cuentan las desgracias exclusivamente cuando tanto bueno y maravilloso se podría contar).
Éste es un problema de la comunicación en general que no merece la pena ser abordado en mayor intensidad.
Está fuera de toda duda que, en cualquier caso, en el futuro las grandes peleas sobre el modelo de comunicación, de educación y de sociedad tendrán que ser libradas en los medios de comunicación o, probablemente, no conseguiremos cosecha muy importante.
De todas formas, esto no quiere decir que no haya que intentar todo lo demás. Todo lo contrario. En esto, como en tantas cosas, la dificultad tiene que ser estímulo para la profundización y para el que seamos cada día más capaces de utilizar cualquiera de los otros recursos, resortes o caminos de la comunicación, de la educación y, evidentemente, de la comprensión, que es al final lo que siempre se busca con la educación.
En este aspecto, se olvida constantemente en el sistema educativo algo que es piedra angular. Y es que lo de ahí fuera, la serie de sucesos, acontecimientos, relaciones, vínculos, nexos y tramas, lo que forma eso que llamamos naturaleza en un sentido amplio, tiene una enorme potencialidad educativa, incluso mucho más.
En este sentido, no hago otra cosa que alinearme con uno de los, para mí, más importantes pensadores de la cultura y de este entorno nuestro. Es Francisco Giner de los Ríos, regeneracionista, institución libre de enseñanza, fundador de los presupuestos básicos de la Generación del 98 y también, a su vez, una de esas personas que permanece en un injusto olvido por tantos decretos y leyes de oficial cultura que hay en nuestro mundo.
Giner llegó a decir que el contacto purificador con la naturaleza es un estimulante de la expansión de la fantasía, del ennoblecimiento de las emociones, de la dilatación del horizonte intelectual, de la dignidad de nuestros gustos y el amor a las cosas morales.
Resulta difícil decir tanto en cinco líneas. Literalmente, Giner nos dice que la naturaleza es magnífica escuela para ser más fantasiosos, para tener más gusto estético y artístico, para mejorar los horizontes intelectuales y, finalmente, ni más ni menos, para ser mejores personas, porque el acrecentamiento del amor a las cosas morales es proponer que la naturaleza nos puede enseñar a ser más justos entre nosotros mismos.
Es una proposición que, una parte sustancial de la intelectualidad del momento, diría que es aberrante, que es todo lo contrario: que la naturaleza no tiene nada que enseñar, que los seres humanos nos bastamos y sobramos nosotros solitos para creernos qué es lo educativo, lo moral, lo ético y, por supuesto, qué es lo estético.
Yo que personalmente sí que soy partidario de que la naturaleza produce estas cosas (por lo menos soy testigo de que las ha producido en centenares y en miles de personas que conozco), creo que tiene bastantes más cosas que ofrecernos, tiene bastantes más sugerencias. Y curiosamente la más importante no la descubrió Giner de los Ríos cuando escribió esto hace más de un siglo (porque no tenía la necesidad de descubrirla).
Lo más sugerente que hace la naturaleza con nosotros mismos es indicarnos cuál es el camino de la sostenibilidad, de la perduración. Nos hace una fantástica sugerencia de un modelo de relaciones que pueden ser perfectamente trasladadas a cualquiera de las facetas de lo humano y, por supuesto, a la económica y a la ciudad (que es por definición lo importante de la sostenibilidad).
En consecuencia, sí que tenemos una posibilidad de ser educados con lo que no está dentro de la ciudad para mejorar nuestras relaciones entre nosotros mismos y con el entorno urbano, y para que éste también pueda ser una fuerza capaz de educar en el sentido positivo del término. Solamente que para eso hay que convertir la ciudad en sostenible, algo que pasa por una extraordinaria cantidad de dificultades hasta el punto de que nos sucede exactamente lo mismo con la educación, están casi en paralelo.
Si es casi imposible educar hoy fuera de la televisión, si es casi monopolístico el poder de la televisión para formar el criterio más o menos independiente de las personas, nos pasa lo mismo con la ciudad, también tan monopolística, tan velocífera, consumista y acaparadora.
Hasta cierto punto, lo que está sucediendo con las ciudades es algo muy parecido a la proposición del funcionamiento a gran escala y a largo tiempo que se le ha hecho al Cosmos.
La gran ciudad, y sobre todo la del S.XXI que está nada más que asomando, es una fuerza centrípeta que acapara ingentes cantidades de recursos de energía y de personas, de sus voluntades, de sus emociones, de sus proyectos, de su futuro en un sentido claro del término hasta acabar funcionando. Y creo que no es exagerado el término.
Yo abogo por la posibilidad de que la ciudad se reconvierta. Pero acaba convirtiéndose en lo que dicen los físicos: un agujero negro, una fuerza extraordinariamente poderosa de atracción que acaba engulléndolo todo, incluso la luz.
¿Y quién es la luz de la ciudad? Son los ciudadanos.
Los ciudadanos estamos atrapados en una poderosísima concentración de energía, de fuerza que provoca tal relumbrón, tal gran estallido que, como los fuegos artificiales, acaba cegando. Y acaba cegando, precisamente, a lo más importante: al ser humano, que está dentro de la ciudad.
Y el principal afectado, la primera víctima de la ciudad insostenible evidentemente es el ciudadano.
Si queremos una ciudad para los ciudadanos, que no otra cosa es la sostenibilidad, hay que dejar de quedar deslumbrados y atreverse a reconocer qué hay detrás de la ciudad.
Porque ahí está una de las explicaciones de lo que quiere decir sostenibilidad.
Sostenibilidad significa que algo que normalmente se nos quiere olvidar, algo que queremos mantener voluntariamente oculto o por educación sesgada y muy parcial permanece oculto a la vista es, curiosamente, de lo que dependemos.
Las definiciones de sostenibilidad han quedado muy maltrechas y sujetas a una poderosísima manipulación por parte de intereses que son, claro está, interesados. Ha quedado devaluada por la utilización demasiado rápida por parte de muchas proposiciones de corte no suficientemente bien informado.
Vamos a dejarlo en estos términos. Porque sostenibilidad lo usan muchas aportaciones de tipo intelectual magníficas, pero también lo usan firmas comerciales para vender más. Y parece que hay una cierta contradicción entre vender más y sostenibilidad.
Para entenderlo mejor, que no es fácil, conviene hacer una aproximación tranquila, generosa, silenciosa, modesta y saber que te has aproximado nada más.La sostenibilidad es reconocer que lo que sostiene a lo que yo estoy diciendo es el silencio. Y nadie ve al silencio. Pero sin él no hay palabra ni música. Y tampoco hay ruido. Lo que sostiene a la palabra, a la música y al ruido es el silencio.
Lo que sostiene a una ciudad es, por ejemplo, un ciclo hidrológico prácticamente completo que empieza a miles de km. y que gratuitamente llena los cursos fluviales. Y así, alguien que hace una presa capte en la última porción del ciclo el agua que es absolutamente insustituible para que funcione cualquier asentamiento humano. La inmensa mayor parte del agua ha trabajado eficaz, silenciosa y gratuitamente hasta que llega a la posibilidad de ser utilizada por nosotros.
Eso es la sostenibilidad, por ejemplo. O una minimísima parte de ella. Pero normalmente a nadie se le enseña que gracias a la gratuidad del ciclo hidrológico abres el grifo de casa y encuentras una posibilidad de higiene, de refresco y, simplemente, de vida.
Por eso estamos hablando de cosas complejas. Estamos hablando, entre otras materias, de lo que es difícil de percibir. Pero porque sea difícil no hay que dejarlo a un lado.
Fíjense ustedes, por ejemplo, qué poco se nos enseña en el sistema educativo a tener miedo de nuestra propia capacidad de destrucción. A mí es una de las cosas que más me fascinan de la capacidad que tenemos esta civilización: la de armarnos hasta los dientes porque hay un enemigo en algún lado. Hay que ver cómo nos arman casi desde el parvulario y, no digamos, a lo largo de la educación convencional: a tener un currículum mejor que los otros porque tenemos que defendernos de ellos, debemos tener miedo a los demás y ser dominantes.
Hay que ver cómo se nos ha educado: que la naturaleza es una fuerza peligrosa, que es una extraña madrastra, que realmente debemos dominar (hasta el límite que se nos quiera pasar por la imaginación) las fuerzas de la naturaleza porque podrían actuar contra nosotros.
¿Y a quién se le enseña a tener miedo de su capacidad de destrucción? ¿A quién en este mundo? A muy poca gente, evidentemente. Es curiosísimo.
Otra cuestión que sucede mucho y creo que merece la pena tenerla en cuenta es que vivimos en una sociedad en la que lo que nos aterra ahora mismo es la anomia.
De esto también se podrían dar datos de estudios psicológicos llevados a cabo por escuelas de psiquiatría. Por ejemplo el Sr. Alejandro Rojas Marcos (muy conocido por sus ensayos sobre la vida en la ciudad) dice que la peor lacra psicológica del ciudadano es la anomia, el no ser conocido por los demás, el que tu nombre no tenga el privilegio de aparecer en los medios de comunicación.
Y esto, insisto, lo dice el psiquiatra jefe de los servicios clínicos mentales de la ciudad de Nueva York.
Parece ser que todo el mundo es capaz de vender una parte de su alma, si no es de su cuerpo, por aparecer algún día en los medios de comunicación, por tener nombre, por aparecer nominado.
¡Qué curioso! Todo el mundo quiere aparecer menos los grandes poderosos constructores de la llamada riqueza, menos los que dominan el mundo. Ésos procuran ser anónimos. (Hasta hace gracia jugar con la palabra. Cuando se inventó la Sociedad Anónima sería por algo).
Aquí pasa algo. ¿Nos quieren educar en el anonimato las fuerzas de producción o nos quieren educar en la nominación las veleidades que crea un mundo absolutamente raptado por el fulgor de que lo que existe es lo que aparece en los medios de comunicación? Algo habrá que hacer al respecto.
Evidentemente, lo importante para mí sigue siendo el que el ser humano tienda hacia la libertad, tienda a la posibilidad de elegir sus propias condiciones de futuro, sus propias elecciones, su propio criterio. El criterio independiente es crucial. Es una palabra que probablemente la he repetido en más de una ocasión, pero es de lo que a mí me apasiona y me convoca.
Y posiblemente hay miles de definiciones de libertad, hay tantas como se quiera uno poner a buscar en los libros. Pero quizás una de las que más aportan porque tiene más conexión con el tema que estamos desarrollando viene de una de las mentes más lúcidas que hay en la totalidad de la sociedad de nuestro momento: la de Jorge Wagensberg, director del Museo de la Ciencia de Barcelona y probablemente una de las mejores aportaciones al pensamiento ecológico y a la reflexión de corte ambiental.
Dice: nuestra libertad es la facultad de pensar los límites propios. Hay palabras claves: pensar los límites propios.
Ésa es verdaderamente la libertad. En el momento que estamos pensando en los límites de algo estamos haciendo pensamiento sostenible. Porque lo que nos educan los medios de comunicación, lo que nos educa nuestro modelo de cultura y de civilización es precisamente a considerarnos sin límites. Y curiosamente el considerarnos sin límites es uno de los métodos para esclavizar.
La adopción libremente hecha, consentida y razonada de que tenemos límites es un ejercicio profundo de libertad.
Por tanto, hay que empezar a considerar que algo se nos está escapando en las valoraciones básicas si no entendemos que hay algo que debe suponer un punto de encuentro con nuestra propia realidad. Y la realidad lo dice clarísimamente.
No hay que olvidar que las ciudades del planeta crecen a un ritmo de cuatrocientas mil personas al día, lo que significa la necesidad de crear una ciudad como Madrid cada veinte. Y las posibilidades físicas de crear una ciudad como Madrid cada veinte días es cero. Mucho más fácil de entender que hay límites.
Si consideramos lo que actualmente supone estándar de vida de cualquier ciudadano del primer mundo, (y digo cualquiera, no Bill Gates) por operación matemática sencilla: tipo de vida media de un europeo occidental (nosotros) multiplíquese por los ciudadanos del mundo de hoy, de dentro de veinte y no digamos cincuenta años, inmediatamente da cifras de que necesitamos un planeta exactamente cinco veces mayor que el que tenemos.
Y el que tenemos, según los astronautas que suben allá arriba, da pena verlo porque se aparenta como extraordinariamente frágil.
Por tanto, está fuera de toda duda que tenemos que hacer con el planeta algo más que estrujarlo hasta sus límites.
Esa situación de límite, de que tenemos que reconsiderar nuestra capacidad, de que debemos tener miedo a nuestro propio poder, de que tenemos que ejercitarnos como seres libres y educarnos como personas capaces de una independencia real no cabe duda que no es lo que tenemos hasta ahora mismo.
Evidentemente, eso sólo se puede conseguir por el método más educativo y el único éticamente correcto que tiene el ser humano. Por eso cuando hablo de cultura ecológica, de pensamiento ecológico o de reconciliación del hombre con sus posibilidades, incluso del hombre con el hombre, sólo se consigue con un tipo de actitud: la del diálogo.
Diálogo que puede ser extensivo a muchísimas más realidades.
Decía Bertrand Russell que sólo es ético el que se plantea unos límites desde su dominación sobre los otros seres humanos o su dominación sobre el medio ambiente. En el año 1954 Russell ya decía que teníamos que ponerle unos límites a nuestra dominación sobre el medio ambiente.
A mí me encanta hablar de diálogo. Creo que se puede dialogar absolutamente en todas las direcciones, entre otras cosas porque creo que nuestro mundo, también el que no es exclusivamente humano, tiene su lenguaje y cabe la posibilidad. Y esto es provocativo.
Me encantaría poderles contar cómo es el lenguaje de la naturaleza (Martí lo va a entender bastante mejor porque es hombre de naturaleza). No ha sido otra cosa que lo que han hecho muchísimas culturas anteriores a la nuestra: dialogar con su mundo para extraer dos justas mitades que no sean contradictorias la una con la otra.
Pero la principal necesidad de diálogo que tiene ahora mismo el ser humano es el diálogo de dos aparentemente contrarios. Lo que tiene que dialogar en nuestro inmediato futuro es nuestra codicia con nuestra riqueza. Esa extraña proposición es probablemente una de las más importantes.
Si la codicia es un impulso casi natural, (que, por supuesto, es superlativamente estimulado por el sistema educativo, por los medios de comunicación, por los extereotipos y por los héroes sociales y culturales), parece muy sencillo de interpretar. Lo que ya está bastante más difícil es interpretar qué es riqueza.
Creo que va siendo hora de que se interprete que la mayor parte de la riqueza, por no decir la casi totalidad, se fundamenta, se potencia, nace de lo que normalmente consideramos no riqueza. Y es que no se ha descubierto todavía absolutamente nada en este mundo que no provenga de este mundo. No se ha conseguido un solo gramo de riqueza en este mundo que no esté basado en unos recursos naturales que estaban infinítamente antes que nosotros. Además todas las posibles fuerzas de la transformación de esos recursos vienen también de esa propia naturaleza que se nos ofrece gratuitamente.
Es más. A quien se le ocurra que hay un recurso llamado inteligencia que no viene de la naturaleza le diré que no hay inteligencia sin las fuerzas de la naturaleza, porque, entre otras cosas, nuestro cerebro está compuesto en más de un 90% de agua. Y ésta no es creación humana, es creación de la naturaleza.
Y simplemente hace falta quitarle durante cinco segundos al cerebro su riego de agua y oxígeno para que dejemos de pensar y de sentir.
Por tanto, la riqueza es precisamente lo que no es riqueza, nominalmente considerado.
La riqueza, la inmensa riqueza que tenemos en nuestro mundo es lo que llega hasta nuestras manos de forma completamente gratuita, de forma prácticamente incesante. (La radiación solar es quince mil veces más de la que necesita la totalidad del planeta para la totalidad de las actividades. Y llega todos los días puntualmente, gratuitamente, quince mil veces más de la que se necesita para todo absolutamente, para todos los seres vivos, para todos los procesos, para todos los sistemas y para toda la gratuidad de la naturaleza).
Eso es lo que tiene que dialogar nuestra ansiedad de acumulación con la riqueza del planeta. Y así empezaremos a hacer algo sostenible. Por supuesto que eso es imposible sin profundizar en lo que es el planteamiento más intenso, desde un punto de vista humano, de la educación ambiental.
Estas consideraciones, todas las que llevo hechas, son prácticamente imposibles si no se intenta una mirada panorámica a nuestro mundo. Y eso es exactamente lo que tiene desafiantemente que vencer la propia ciudad.
La ciudad es un punto de concentración, de fuerza, de energía de personas, de recursos, de materiales. Es fundamentalmente insostenible por no funcionar como los sistemas naturales que nunca se agotan en sí mismos, sino que van generando la posibilidad de continuidad y de que absolutamente todo lo que circula vuelva a circular a continuación.
En cambio nosotros atrapamos todo lo que circula, lo gastamos y solamente provocamos un metabolismo con unas disecciones que son el principal problema ambiental normalmente a escala municipal.
Para que esto no suceda la ciudad, el ciudadano, el ser humano tiene que abrirse, tiene que abrir una mirada lo más panorámicamente posible. Es complejo, difícil. Probablemente exige una cierta forma de sensibilidad, de planteamiento semi-artístico.
Pero si se nos educa en tantas cosas, ¿por qué no hay una educación sentimental?
Decía Ruskin que sólo había una forma de mirar las cosas que consistía en mirarlas en su totalidad. Frente a la parcialidad, frente a lo centrípeto, frente al agujero negro, la mirada panorámica, centrífuga que intente comprender que las cosas empiezan muchísimo más lejos de donde nos las tomamos, que llegan mucho más allá de donde nosotros las abandonamos. Y que, evidentemente, nosotros estamos formando parte de algún punto de esos ciclos y de esas realidades que son panorámicas.
Esto quizás sea sólo acariciado por una parte de los creadores, de los poetas.
Decía Schiller precisamente que la belleza es solamente aquello que consigue incluir el mayor número de realidades posibles. Es una de las definiciones de belleza.
Juan Ramón Jiménez decía que las poesía es aquello que recoge todo lo precedente y anuncia todo lo que va a venir.
Para mí eso es la definición de naturaleza, de sostenibilidad, que tiene en cuenta todo lo que nos ha precedido y todo lo que nos va a suceder.
Otra de la principales metas de la educación ambiental es trabajar en la profundización de las realidades reales.
Las realidades inventadas son fascinantes y no vamos a renunciar a ellas. Es fascinante toda la creatividad del ser humano, es fascinante la creación de la ciudad.
La ciudad nos ha traído inmensas y constructivas aportaciones. Nos ha traído muchísimo de lo mejor de la cultura humana, pero ha sido a base de excluir.
¡Si no le va a pasar nada a la ciudad por incluir lo que le rodea! Todo lo contrario. Va a mejorar muchísimo. Va a ser una ciudad coherente, respetuosa, equilibrada, con más categoría para el ciudadano y con un saldo menos negativo para el que no es ciudadano (que, por otra parte, es la inmensa mayor parte de la realidad).
La educación ambiental tiene que ser capaz de la proposición que nos hacía Lucrecio, uno de los grandes poetas pre-ecológicos. Es probablemente el primer filósofo-poeta. Y al ser racionalista y sentimental al mismo tiempo está proponiendo exactamente lo que proponemos con una ciudad sostenible: casar contrarios, armonizar aparentes enemigos.
Cada vez que somos capaces de casar un contrario, aunque sólo sea intelectualmente, ¿qué es lo que surge? Surge la mejor pintura, la mejor música, la mejor poesía, la mejor parte de la creatividad humana.
Cada vez que somos capaces de que se mariden los contrarios inmediatamente del mestizaje salen maravillas. Por eso probablemente Lucrecio es pre-ecológico, porque unió la filosofía y la poesía. (Lo que decía el propio Aristóteles que era imposible: la poesía y la filosofía no se pueden unir).
Lucrecio decía que de lo que se trata es de contemplar al mundo con alma serena. Esa contemplación es algo que enseña el mundo de lo espontáneo, de lo natural.
Vuelvo a Francisco Giner de los Ríos. Ésa es la proposición educativa, la sugerencia de lo ambientalmente sano, limpio, transparente, el hecho que podamos contemplar al mundo con alma serena.
Entre las insostenibilidades más pavorosas de la ciudad está su propio lenguaje.
La ciudad no sólo es el centro de producción y de consumo, no es el centro del intercambio de cultura. Es un lugar que ha creado un lenguaje, una interpretación de la realidad probablemente la más crucial de todos los tiempos, con ser en su inmensa mayor parte inventada.
El lenguaje de la ciudad es fundamentalmente prisa, ruido, consumo.
Si somos capaces de crear algo de sostenibilidad en la ciudad tendremos que aminorar las prisas, reducir extraordinariamente el ruido y también aminorar el consumo. O por lo menos aprender a consumir con un poco de criterio, no sólo a los dictados de la publicidad comercial.
Por tanto, sí que estamos permanentemente proponiendo que la ciudad acepte las sugerencias del entorno. Porque tienen capacidad educativa, de sugerencia para acrecentar lo único que es realmente importante en este mundo, para acrecentar nuestras posibilidades de disfrutar como seres vivos. Que de no otra cosa se trata el respeto al medio, o cuando se habla de ética en relación a nuestros semejantes o cuando se habla de sostenibilidad.
Probablemente habría que intentar dar alguna que otra pauta, algo más concreto, más de andar por casa.
Creo que lo propositivo a largo plazo siempre debe estar en el medio y en el corto, porque el que no se plantea llegar a una meta lejana desde luego tampoco llega a una cercana. Y porque sencillamente estamos fuera de circuitos si no entendemos que la ciudad como educadora o sostenible es uno de los mejores proyectos en los que podemos embarcar los seres humanos. Y evidentemente tampoco haremos los de a corto plazo.
Tampoco haremos lo que puede aparecer en el próximo programa municipal, por lo menos de la parte más humanística, de nuestras sociedades como oferta a los ciudadanos. Y eso es algo en lo que me importa insistir.
En el programa electoral habrá proposiciones muy concretas, muy para pasado mañana. Pero si el programa electoral tiene en algún lugar la sostenibilidad que le propone el proyecto de ciudad sostenible, esas cosas del corto plazo también se van a poder realizar.
Y esto es lo que normalmente tampoco forma parte del sistema educativo, de los presupuestos básicos de nuestra civilización y cultura. Se nos educa a triunfar en el menor tiempo posible.
Por eso los programas de sostenibilidad para las ciudades deben tener ese planteamiento de una ciudad abierta al mundo, en equilibrio con su mundo, y es posible.
Lo menos educador que yo conozco es la segunda frase que más ha repetido el ser humano: las cosas no pueden ser de otra manera. (La primera es: el fútbol es así).
Lo primero que sostendrá al ser humano, a la ciudad, a la regeneración del humanismo es creer que las cosas pueden ser de otra forma. Y eso es lo que propone el largo plazo.
El largo plazo en sostenibilidad para las ciudades, para el planeta o para el ser humano lo que empieza diciendo es que esto tiene arreglo, que va a tener arreglo. Y lo vamos a conseguir.
Pero si no creemos en que va a tener arreglo es muy difícil hacer las cosas del corto plazo.
Los seres humanos nos pasamos toda la vida diciendo que somos finalistas, que lo importante es conseguir los fines, que los medios pueden variar. Desgraciadamente, incluso algunas personas que parecían éticamente sostenibles dijeron en algún momento que lo importante era cazar ratones, que daba igual el gato negro o blanco. No, no. Lo importante es que los medios coincidan milimétricamente con los fines porque éstos jamás deben terminarse.
Porque la sostenibilidad es precisamente no llegar al fin. Y al fin se llega cuando se considera que no tenemos límites.
Llegar al fin es lo más triste que le puede suceder al planeta, al ser humano, a la ciudad o a cualquiera de las realidades.
Esto lo descubrieron los taoístas. Decían que el ser humano fracasa siempre que culmina sus negocios.
¿Qué hace la naturaleza si nunca ha culminado sus negocios?
La naturaleza justo donde empieza un ciclo inmediatamente lo está retocando, renovando. Cuando parece que se va a acabar vuelve a recomenzar.
Eso es la sostenibilidad, eso es lo que hay que conseguir con nuestras ciudades y con nuestro mundo.
Para ese corto plazo simplemente se deben hacer media docena de sugerencias.
Evidentemente urgiría que hubiera una capacidad suficientemente valerosa de plantearse una moratoria en lo que es construir. Hay muchos argumentos y desgraciadamente muchas fuerzas contrarias.
La primera es que no hay una economía municipal en el país que no se base en la concesión de licencia de nuevas obras. Y es un drama. Hay que ser capaces de plantearse la moratoria en la construcción de más.
Se diga lo que se diga, estadísticamente,y ahí están los informes del Ministerio de la Vivienda, han construido bastante más de lo que hace falta para las próximas dos o tres generaciones. Eso en cuanto a la construcción.
Evidentemente, proposición perturbadora y terrorífica es: ¿hay que poner en paro a los arquitectos y constructores?. No,todo lo contrario. Está absolutamente todo por hacer. Igual que está por inventar la sensibilidad, el pensamiento verdaderamente humanístico.
Si estamos empezando, parece que estamos terminando, pero no es así. ¿Por qué? Porque algún día nos vamos a apuntar a la sostenibilidad. Y ésta, cuando justo parece que está acabando, está empezando.
Las ciudades pueden crecer ilimitadamente hacia dentro.
Lo que sostendrá a las ciudades es el crecimiento hacia dentro, es la reconstrucción de lo que tienen mal hecho. Y como está mal hecho casi todo, con muy pocas excepciones, tenemos tanto trabajo como se nos pueda pasar por la cabeza para los arquitectos y constructores.
Y no es un argumento mío. Todas las personas más brillantes, el arquitecto de la Universidad Politécnica de Barcelona opina que mientras no consigamos un balance energético un 90% por debajo del que actualmente suponen las viviendas de este país estamos haciendo prácticamente no sólo un atentado contra la naturaleza, sino simplemente una sencilla estupidez.
Porque las condiciones de este país permiten que las casas gasten sólo un 10% de la energía que están gastando ahora. De media, la totalidad de la Península Ibérica. Por tanto, hay mucho trabajo que hacer.
Si el lenguaje sórdido de la ciudad es el ruido, simplemente tenemos que ser capaces de demandar calidad de vida dentro de nuestros propios hogares. (Fíjense ustedes hasta que insonoricemos las viviendas de todo el país). Y demandar limitada producción económica e infinitos puestos de trabajo. Puede ser muy divertido.
Da la casualidad de que en algunos sitios ya han empezado, hay proyectos de gobierno que incluyen estas cosas y que, en teoría, se deben a que unos insoportables utópicos venidos de Marte decían que había que ser respetuosos con el medio ambiente.
Resulta que tres de ésos son ministros de la segunda potencia del planeta. Así pues, algo pasa. Alguna que otra hay de cal en la mezcla. Solamente con crecer hacia dentro tenemos una magnífica posibilidad.
¿Y qué me dicen ustedes del transporte hasta que lo hagamos coherente?, ¿hasta que minimicemos el privado?, ¿hasta que generalicemos el público evidentemente con menos contaminación y con menos ruido?
¿Y qué me dicen de los planes integrales de recuperación de residuos, que no hay ni uno solo vigente en este país? Sólo hay aproximaciones.
Frente a los fabulosos negocios que invariablemente van a parar a las manos de los banqueros más importantes de este país para la manipulación de las basuras, ¿por qué no va a haber un control serio de la ciudadanía, de participación y responsabilidad pública, de profundización de la democracia, en una palabra, para que haya planes integrales de residuos?
Y que la riqueza que pueda generar eso (que por algo se lo están quedando los banqueros), ¿ustedes han visto que se haya quedado alguna vez un banquero con un negocio malo? Pues hay algo en la basura para que pugnen por ella los más ricos de esta sociedad y para cómo se lo queden.
Que se lo queden los Ayuntamientos, que se lo quede la ciudadanía y que la riqueza que genere el plan integral de residuos revierta en la ciudad. Porque con esa riqueza mejora la ciudad y se hace más habitable, se abre a su entorno y a su paisaje, se integra mejor en él y el saldo energético es mejor.
Evidentemente estamos en una terrorífica situación en que todo lo local está siendo avasallado por lo global, vía medios de comunicación. Hay que potenciar.
Una ciudad sostenible es la que potencia sus medios de comunicación propios para reivindicar la autoestima de la propia realidad. Hay que crear miles de medios de comunicación que estén al alcance de la gente para sentirse identificados con su realidad.
Por supuesto que hay que usar los otros. Yo no diré nunca que nadie vea la CNN o la MTV o lo que haga falta ver, pero que haya un mínimo equilibrio entre la oferta en los medios de comunicación que nos globalizan y los que nos localizan.
Ya no estamos localizados. Estamos tan globalizados que lo local se nos está escapando por el sumidero. Parece que estamos pensando todos de la misma forma, con los mismos criterios, con las mismas ideas, anhelos y hasta con las mismas vestimentas y apetencias. Si acabaremos, supongo que por manipulación genética, llegando a parecernos todos físicamente también. (Aunque creo que eso ya está sucediendo subrepticiamente).
Hay que potenciar lo local para que precisamente se pueda abrir la ciudad a sus propios ciudadanos porque ahí nos encontramos con que la ciudad se ha convertido fundamentalmente en capacitada para aislar, para desconectar.
La ciudad se creó para un proyecto en común que era más asegurador del porvenir, no por otro motivo. Y ahora cada vez más parece que la unidad está más fragmentada. Probablemente es un defecto de los medios de comunicación.
Estamos tan conectados a todas las redes y los entramados de la comunicación que nos desenchufamos de la red cotidiana, de la convivencia, de la vecindad. No digamos ya de las redes de la naturaleza.
Muchas veces digo que si hay que hacer un proyecto educativo serio es el de volver a enchufarnos a las tramas de la vida simplemente porque estamos vivos. Eso también es educación para la sostenibilidad.
Pero la ciudad no sería educadora si no se planteara muy seriamente los problemas sociales que están en muchos aspectos, y sobre todo en las grandes ciudades, incrementándose.
Al haber adquirido los poderosos una mayor capacidad de salirse de lo que no les gusta de la ciudad cada vez más se crea una separación más grande entre los desfavorecidos (que una parte, además, no son de nuestra propia cultura sino que vienen de otras culturas) y los que están absolutamente bendecidos, los que les sobra de todo.
Por tanto, no hay una ciudad sostenible y educadora si no se plantea seriamente la lucha contra la exclusión, la lucha contra la separación entre lo débil y lo fuerte.
Estoy convencido de que el principal instrumento para eso, para andar por casa, para los próximos diez-quince años son las Agendas 21. Es necesario y útil y creo que debemos utilizarlo.
También en ese aspecto hay iniciativas que van teniendo visos de plantear algo de esperanza. En Cataluña hay un buen puñado de ellas y probablemente se pueda hablar de una cierta forma de liderazgo en la aplicación de las recomendaciones de la Agenda 21.
Posiblemente también es en función de cómo están. Están muchísimo peor muchas ciudades de Cataluña que de otros lugares del planeta o del resto de la Península.
En fin, personalmente creo que he vertido aquí unas cuantas ideas que es importante que tengamos en cuenta. Es absolutamente imprescindible que entendamos que rehabilitar lo que de válido tiene la ciudad ( como lugar de encuentro, de convivencia, de cultura, de ejercicio de la libertad y de la creatividad) merece la pena. Y merece la pena saber que todas esas cosas están bastante devoradas por el régimen bulímico en el que nos hemos instalado.
Esa pavorosa apetencia de energía, de vida, de paisajes, de realidades, esa extraordinaria avidez por sustituir lo real por lo inventado es francamente peligroso. Es absolutamente lesiva de los procesos de renovación de la vida.
Así pues, abramos la ciudad, hagámosla sostenible, tengamos presente de donde vienen nuestros recursos, incluso nuestra imaginación, nuestra fantasía, creatividad e inteligencia.
Si somos capaces de incluir esas realidades estaremos empezando a plantearnos un sistema educativo un poco más justo, más equitativo, más completo y más complementario y, en consecuencia, más capacitado para que comprendamos.
Si somos capaces de mejorar la equidad entre los componentes de cada ciudad simplemente se nos va a hacer más hermosa.
No hay nunca algo injusto que sea bello y todo lo que es bello siempre es más justo para el ser humano.
Si profundizamos en la responsabilidad y en el ejercicio de la ciudadanía, que es indispensable para que la ciudad sea sostenible, evidentemente estaremos mucho más cerca de cualquiera de las propuestas del humanismo de todos los tiempos.
Porque probablemente algún día entenderemos que no hay humanismo verdaderamente serio y profundo si no nos naturalizamos, de la misma forma que no hay naturaleza ni duración en el futuro, no hay sostenibilidad, si no humanizamos nuestros planteamientos. Gracias.
- Muchas gracias Sr. Araujo. Si les parece podríamos abrir un turno de palabras.
Pregunta:
- Sr. Araujo. Ayer por la noche, desde la televisión italiana RAI1, el filósofo
Emilio Lledó habló justamente sobre educación y se extendió principalmente en su
principal obsesión de potenciar las humanidades. Y, si no, de vernos sumidos en una
cultura masiva con centenares de miles, incluso millones, de universitarios sin criterio
propio, inermes ante los medios de comunicación.
Luego habló de estos medios mostrándose algo más pesimista que usted porque dijo que la única y primera fuente de información del 90% de la ciudadanía es la televisión. Lo que ha hecho plenamente vigente el mito platónico de la caverna hasta el punto que la gente cree que la realidad son las imágenes de la pantalla maldita y no lo que al día siguiente ve ante sus propias narices yendo por la calle.
La pregunta es, comoquiera que el control de la TV está en manos de la clase dominante, del poder económico y político, que por definición no interesa una masa crítica ciudadana, ¿cómo es posible cortar el círculo vicioso de una TV entontecedora y de una ciudad entontecida?
Joaquin Araujo
Me encantaría tener en mi cabeza una receta, un diagnóstico para acometer esa
extraordinariamente ciclópea tarea porque soy un profesional de la TV.
En cualquier caso, no es fácil, pero desde luego sería del todo inabordable si consideráramos que no es posible.
He dicho que esto tiene remedio, que ésa es la primera lección que hay que dar en la escuela. Cuando me pongo delante de mis alumnos, a veces son todos de posgrado y parece que ya lo saben todo en la vida, les digo muchas veces eso de que lo que intenta la educación ambiental es convencerlos de que las cosas pueden ser de otra forma de como son en estos momentos.
Como profesional de la TV estoy en ello. Estoy intentando que mis programas, cuando hablo por la radio, cuando escribo en mis columnas o cuando me dejan hacer televisión, sean, en parte, contando lo que he contado aquí.
Cuando hablo de algún aspecto de la naturaleza intento recordarle o sugerirle al oyente que esas cosas empezaron hace mucho, que tienen unas repercusiones que llegan mucho más allá y que él mismo tiene capacidad con su propia actuación individual en el hogar de transformar un poco la realidad. Porque muchas pequeñas realidades transformadas acaban consiguiendo que cambie la realidad total.
Ciertamente eso tiene algo de lo más hermoso de lo humano. El eslogan del 68 que más fortuna hizo fue aquello de seamos razonables, pidamos lo imposible.
A mí me parece extraordinariamente razonable pedir lo imposible. Yo soy hombre del 68, me tocó, tuve esa suerte y aunque no estuve en París en mayo estuve en abril. Incluso me adelanté. Y creo que nada hay más razonable ahora mismo que pedir imposibles.
Y uno de los imposibles es que la TV no sea la gran sustitución de todas las realidades.
Si he hablado de agujero negro, de fuerza centrípeta, fíjense la TV. Ésta sí que engulle.
A mí me gusta jugar con las palabras. Pantalla tiene dos sinonímias en el español: es lo que expulsa la luz hacia un lado y refleja una realidad pero también es lo que ponemos para ocultar la realidad.
Y la pantalla de la TV oculta la inmensa mayor parte de la realidad y trasluce una sola.
Además de que sea muy razonable pedir lo imposible es todavía más válido uno de los poemas más hermosos que yo haya leído en mi vida. Es un poema de un poeta argentino que dice textualmente: lo posible es sólo una provincia de lo imposible. Algún día lo vamos a hacer, y no lo haremos si no consideramos que lo vamos a hacer.
Esto es un poco una vez más la esfera, la envoltura, el largo plazo. A corto plazo hoy día nadie pone en funcionamiento un medio de comunicación si no tiene miles de millones
¿Quién tiene miles de millones? Pues muy poca gente. Pero insisto en la capacidad de todavía ser a su vez promotores individuales.
He hablado de los medios de comunicación local. Y esto es sostenibilidad pura.
La responsabilidad que pueden asumir los Ayuntamientos en todo lo que tiene que ver con la gestión, soy totalmente partidario de que aumente. De que aumente su poder como contrapoder de la globalización y, además, para salvar a la cultura al mismo tiempo.
Las opciones de los Ayuntamientos tienen que ser multiplicadas por muchas veces, incluyendo la de la educación y la de los medios de comunicación. Los dos elementos son fundamentales e importantísimos. (...)
Cuando escribo un artículo para una revista de ecología sé que me leen quinientos. En cambio, como escribo todas las semanas en El País sé que me leen millón, millón y medio (o me pueden leer). Eso descompensa mucho pero hay que creer en esa iniciativa, en esa recuperación del propio destino.
Y eso sólo se hará desde la individualidad y localidad porque la otra fuerza es tan poderosa que lo único que puede compensarlo es que seamos capaces de crear nuestros medios de comunicación más cercanos a la realidad cotidiana de las personas.
Y haber si tenemos suerte porque también hay que tener el componente azaroso a nuestro favor.
Pregunta
La idea que ha indicado a corto plazo de cesar, de dejar, de no construir más
viviendas en nuestra ciudad es muy atractiva y yo diría compartida, al menos por mí.
Por otro lado, sabemos que viviendas no se necesitan.
Aquí en nuestra ciudad tenemos viviendas suficientemente cerradas en cantidad, más que suficientes para atender toda la demanda que tuviéramos.
Pero, ¿cómo se ata a ese perro? Porque por mucho poder que tuviera un Ayuntamiento no llegaría a poder usar esas viviendas privadas y dejar de construir. Ni una cosa ni la otra.
Joaquin Araujo
Yo creo en los mestizajes. Las cosas buenas casi siempre nacen de un abrazo, de
abrochar una realidad con otra. Por tanto, eso es imposible si no hay una demanda popular,
por decirlo así.
Desgraciadamente, una importantísima parte de los presupuestos municipales nacen de las licencias de obra, y no digamos los marítimo-costero-turísticos. Esto ya es el escándalo.
No sé si a ustedes les ha llegado por los medios de comunicación una manifestación que hubo en Palma de Mallorca hace sólo quince-veinte días. Clamor ciudadano, un auténtico elevarse de protesta cívica magnífica diciendo hasta aquí hemos llegado.
Mallorca ya no aguanta una urbanización más.
Calvià (uno de los Ayuntamientos más turísticos del conjunto del Mediterráneo) ha dictado una moratoria. Ha dicho: vamos a parar y a ver qué pasa. Moratoria, como mínimo, moratoria.
¿Qué ha pasado con la energía nuclear? La mayor parte de los países han decretado moratorias porque la cosa no está clara.
El vamos a pararnos a descansar y a pensárnoslo un poquito mejor es una de las cosas más sensatas que puede hacer el ser humano, pero en todos los niveles.
En cualquier tipo de conflicto: diálogo.
Y eso en el campo del urbanismo, de las energías, incluso en el campo de los transportes. En casi todos los campos es moratoria, vamos a ver, un momento.
Cuando te devora la permanente noria de que si no tienes un producto interior bruto que crece todos los años es que has fracasado, aparte de que eso ha dejado fuera toda esa riqueza de la que yo hablaba que había que dialogar con ella, está fuera de toda duda que nadie quiere parar. Porque entonces le saldrá el balance negativo y no le votarán.
Lo que hay que hacer es analizar el cómo, el qué, hasta que la ciudadanía diga que esta ciudad ya no la aguanto. Y que se ponga en pie de protesta como se han puesto casi todas las fuerzas políticas vivas y casi toda la ciudadanía de Palma de Mallorca. Por supuesto que no estaban ni los del gobierno de la Autonomía mallorquina, ni los constructores ni hoteleros. Pero estaba la gente, que es lo que importa.
A lo mejor no es tan imposible. Pero si se combina el mestizaje y el abrazo. Si se combina una propuesta política seria y sensata con la posibilidad de diálogo de los ciudadanos.
Si eso se razona, se medita, si eso se propone y convence a los ciudadanos, lo que ha podido incluso salir como intención política del ciudadano responsable de un área o de la totalidad de una administración local se puede convertir en un absolutamente inmejorable instrumento para decretar la moratoria o para decretar el que crezcamos hacia dentro.
Hay tanto que rehacer, hay tanto que mejorar que no van a morirse de hambre ni los albañiles ni los constructores.
También hay que sacar esos recursos de algún lado. Pueden salir de otra serie de actividades, como es la de los residuos, o de que la ciudadanía acepte el invertir una parte de sus beneficios. Igual que pagas unos determinados impuestos, pues éstos, en vez de ir para construir más inútiles autopistas, que vayan a mejorar la calidad de las ciudades.
No sé si saben ustedes que el presupuesto del Ministerio de Fomento de la Administración Central de este país es de cinco millones diarios. Y se van todos. Pero da la casualidad de que cada kilómetro de autopista cuesta la mitad de ese dinero.
Hay dinero. De lo que podemos ser conscientes, y esto es importante de cara a las políticas de sostenibilidad, es de que hay muchísimo dinero, estamos podridos de dinero. Los presupuestos de un estado como éste son la repanocha, dan para muchas cosas.
Se gastan en la cuestión de producir y de consumir. Y más deprisa, y más deprisa. No en calidad de vida. Es una cuestión de: oiga usted, vamos a invertir en calidad de vida en vez de en velocidad.
Ésas son opciones totalmente posibles, al alcance de las personas, a través del ejercicio absolutamente claro de la democracia.
Pregunta
Quería pedir ejemplos de ciudades que hayan aplicado la moratoria y así nos
pudiéramos guiar de alguna manera.
Me ha dado mucho placer que hablara de los políticos y del período electoral, es decir, cuando hay período electoral las obras se aceleran y se ven las ciudades, como posiblemente se verá la de Sabadell este próximo año, con muchas más obras para decirle a los ciudadanos que como se hacen muchas cosas para ellos tienen que volver a votar.
¿Cómo se ha de cambiar esta mentalidad urbanística y medioambiental cuando la cultura no se llama educación medioambiental como ha dicho usted?
Joaquin Araujo
Bueno, tampoco tengo un talismán ni una receta absoluta. Ciertamente esto sólo
es posible con un gran cambio de profundo contenido y, sobre todo, afectando a escalas de
valores.
Vivimos en un mundo que ha sacralizado la actuación, el hacer, el que se materialicen las cosas.
Ahora mismo hay arquitectos que dicen que lo importante no es la materia, sino la energía. Y que la arquitectura tiene que ver más con la energía que con la solidez de las paredes y ladrillos. Ya es un cambio. Que un constructor de casas diga que su trabajo tiene que ver más con la energía que con los volúmenes y los materiales parece imposible.
También cuando a mí me dicen con qué tiene que ver la comunicación, que es mi oficio, yo digo que con el lenguaje de lo que no tiene lenguaje. Son cosas completamente nuevas o semi-nuevas, bastante alteradoras.
Evidentemente, la educación ambiental tiene un desafío descomunal para que entendamos el valor de lo no actuado.
Por ejemplo, esto que no hemos destruido tiene un inmenso valor, esto que no es una actuación irreversible y que incluso queda ahí depositado para la posibilidad de que lo utilicemos más allá del tiempo que no corresponda a nosotros ha sido una creación extraordinaria de riqueza para la ciudadanía.
Esto es educación ambiental. Y es uno de los fundamentos de la ciudad sostenible que algún día llegará.
Algún día habrá mayorías que consideren que riqueza es el no tocar las cosas. Porque, además, es que lo es.
Y lo es mucho más que tocarlas.
Una vez llegó un Srto. llamado Adam Smith y dijo que lo que no habíamos convertido en otra cosa de lo que teníamos delante de las narices no valía. Y claro, como nos lo hemos creído, así andamos.
Pero algún día rectificaremos y como tantas otras veces. ¡Si ya hemos cambiado treinta o cuarenta veces de forma seria de pensamientos básicos en la historia de la humanidad! ¡Si no nos va a pasar nada!
Dentro de treinta, cuarenta, cien años pensaremos que lo verdaderamente importante es que el aire esté limpio, que haya muchos espacios libres. Incluso nosotros viviremos en unas ciudades probablemente transformadas. Y en el sentido ése de la sostenibilidad, unas ciudades en que estemos integrados y que nuestros balances no sean negativos. Y que seamos capaces realmente de funcionar como un sistema naturalizado.
El ser humano no tiene nada que no se haya representado mentalmente. Por tanto, es un problema de educación.
En la Edad Media, que fue antes de ayer para la historia de nuestra especie y hace dos segundos para la historia del planeta, era absolutamente pecado el cambiar el precio de las cosas en función de la abundancia o la escasez, era moralmente reprobable.
A nuestros antepasados, los que vivían aquí mismo en Sabadell en el S.XIII, si se les ocurría cobrar más porque había, por ejemplo, menos habas les metían en la cárcel, les linchaban.
En la Edad Media la mitad de los días eran festivos. Entre otras cosas por eso se tardaban tres y cuatro siglos en hacer las catedrales. Y, ¿les pasó algo? Les pasó lo mismo que a los demás.
Era una construcción mental. Y llegó un día que dijimos que la construcción mental importante era hacernos ricos, y muy deprisa. Y eso ha costado mucha educación. ¡Si no se ha educado en otra cosa a la humanidad en los últimos ciento cincuenta años!
¡Y hay que ver la de talento, la de esfuerzo, la de ideas y la de creatividad que se ha invertido en convencernos de que hay que comerse hasta la última esquina del mundo.
La publicidad comercial, ¿qué es? Una enorme cantidad de talento creativo convenciéndonos de que tenemos que ser consumidores adictos. Pues igual que se ha conseguido esto se puede conseguir lo otro. Porque es una construcción mental del ser humano. Y por eso es educación ambiental la que dice: ésa no es la solución, proponemos esta otra.
Aquí no hay doscientas viviendas. ¡Qué maravilla! Y entonces aplaudiremos y haremos una fiesta para celebrarlo. Igual que ahora se hace fiesta y se vota y se bendice al que ha hecho las viviendas, algún día se hará lo contrario.
Y algún día se dará como valor importante el hecho de no tener ruido en las viviendas en vez de que los coches vayan a doscientos Km. por hora por una autopista que pasa a cuarenta metros de las viviendas.
Es un proceso de construcción mental y, por tanto, es educativo.
El día que tengamos educación ambiental seriamente implantada no habrá ningún problema ni para los políticos ni, de plantearse el que no hacer una cosa tiene un inmenso valor, el no hacerla. Por lo menos tan grande como el hacerla.
Pero tiene que llegar el día en que estemos mentalmente a favor de estas cosas.
Pregunta
A lo que decías el otro día en la presentación del Informe sobre desarrollo
humano, decía que Dios era el mercado y la religión era el consumo.
En principio, agradecerte la luz que has aportado sobre el concepto de sostenibilidad. Has aportado visiones que, desde mi punto de vista, han sido bastante novedosas.
Antes de escucharte a ti oía por la radio a alguien del gremio de promotores que pedía la liberalización del suelo para reducir el incremento del precio de la vivienda. Lo que tú planteas es, de alguna manera, contrariar la tendencia.
Para eso se requiere una complicidad entre la autoridad local y la ciudadanía y, a la vez, una educación de esa ciudadanía.
Justamente ayer y hoy ha habido en la Diputación unas jornadas sobre participación ciudadana en el marco de las Agendas 21 locales. Ángel Merino, que está en el departamento de participación de la Diputación, planteaba después de ver la experiencia en algunas ciudades de Brasil que la verdadera participación ciudadana sería cuando un Ayuntamiento hiciera que la decisión de parte de los presupuestos fuera de forma participativa.
Todo esto supone yo no sé si el resurgir de una nueva clase política o la posibilidad de reciclaje de la ya existente, que son unos problemas o planteamientos que se están encontrando en todos los procesos de participación de las auditorías ambientales locales.
Como ves, este factor dentro de la transformación sostenible de las ciudades. Gracias.
Joaquin Araujo
Bueno. Estoy totalmente de acuerdo con tu exposición y tu sugerencia. Está
bastante claro que esto tiene que surgir de una complicidad y una serie de alianzas que
son siempre imposibles sin el factor formativo.
Pero has tocado una cosa que es importantísima tener presente: que alguien ha pedido la liberalización del suelo.
Ahí está una de las claves como instrumento, como herramienta, uno de los puntos cruciales de la realidad.
Ahora mismo hay una tendencia dominadora que es la que circula porque es lo que se considera el ultraliberalismo.
Ningún tipo de obstáculos de ninguna clase ni consideración al incremento de la posibilidad del negocio.
El mucho más de todo se basa en el convencimiento que tienen los países poderosos, los grupos poderosos de las sociedades de que la única forma de que ellos sean mucho más ricos es que se siga produciendo una liberalización de todo, del transporte, del comercio, de toda la utilización del suelo y de los recursos.
¡Ojo que los republicanos norteamericanos se plantearon muy seriamente que si gobernaban desclasificaban los parques nacionales! ¡Ni los parques nacionales se iban a salvar!
Hay una frase pronunciada por el mismísimo Bill Clinton en Tokyo en 1994 que lo dice muy claramente: para que los países ricos podamos ser más ricos lo que tenemos que hacer es que los países pobres se desarrollen económicamente. Pero no por bienestar de éstos, sino porque es la única posibilidad de que ellos sean más ricos. Y ésta es la historieta.
Entonces, liberalizar el suelo es el gran riesgo, el gran instrumento.
Ahora mismo no hay sostenibilidad si triunfan las tesis de que la nueva ley del suelo contemple como todo el suelo urbanizable. Todo, menos los espacios protegidos.
Es justo al revés. La única posibilidad de sostenibilidad es que no se pueda construir en ningún sitio menos en los autorizados para construir.
Si sale adelante la ley que se propone el actual gobierno sobre el suelo vamos a ver peces de colores porque cualquier particular en cualquier lugar del monte puede hacer lo que le dé la gana con el suelo, y no digamos eso aplicado al litoral.
La ley de costas está recurrida por ocho autonomías y prácticamente incumplida por la mayor parte de los Ayuntamientos costeros. Y es más. Es un pozo de corrupción de la de verdad.
De Chicago, años treinta, el deslinde que se está haciendo del dominio público costero.
No sé si saben que hay sobornos como catedrales para que el funcionario de la Administración,que está haciendo el deslinde del dominio público, de lo que es de todos, de lo que es constitucionalmente una propiedad de la ciudadanía española, no lo haga correctamente.
Ése no contemplar ningún límite para la expansión urbanística es solamente porque es negocio. Pero lo es para los que siempre tienen la sartén por el mango del negocio.
Tampoco nos creamos que el Euro es una bendición. Está ahí porque es un negocio para los que tienen más negocios, no se crean que hay más panacea que ésa.
Si no, no habría Euro. Si éste fuera limitador de la más mínima porción de riqueza de los que ya tienen la mayor parte de la riqueza, no existiría.
Igual que el acuerdo GAT de Comercio Internacional. Es porque hace más ricos a los más ricos.
De momento, el que haya una liberalización del suelo no es nada más que para hacer más ricos a los más ricos.
Pregunta
Quería hacer alguna aportación en el sentido de cómo analizas la visión de la
cuestión política.
Algunas cosas del cambio cultural, de valores de percepción del mundo que has planteado necesariamente pasa porque los políticos se lo crean o la gente dirigente del país se empape un poquito de esa idea.
En este sentido, si crees que lo estamos haciendo bien la gente que creemos que hay otra forma de funcionar.
Dicho de otra manera. Hace ya tiempo que se habla de una cierta decepción, de que la política no refleja esta realidad.
Aquí en el Vallès, antes del verano, hicimos una manifestación de cinco mil personas en Terrassa para protestar porque nos quieren hacer una autopista en nuestras narices que se llama el 4º cinturón. La frustración es que desde el punto de vista del estamento político hay poca respuesta.
¿Cómo se puede hacer esto para subvertir también?
Joaquin Araujo
Tenemos que considerar que el político es más un servidor que poder, en el
fondo.
Esto es casi convencional, pero normalmente se dice e inmediatamente se borra.
Ahora mismo, tal y como están repartidos los poderes en el mundo, indiscutiblemente el primer poder es el que yo represento aquí: los medios de comunicación. Por todo, porque son el mayor negocio, el mayor productor de porcentaje de BIP de todas las naciones industrializadas.
Por lo tanto, es el primer poder. Porque nadie vende una escoba sin los medios de comunicación, porque el poder económico se basa en ellos y porque nadie es elegido si no tiene un medio a su lado.
El segundo poder no son en absoluto los políticos. Son los que se anuncian en los periódicos.
El tercero, probablemente, son los políticos
A mí me encantaría que fueran el primer poder. Bueno, el primero debería ser la justicia, como es lógico, el que haya capacidad de equidad.
Ciertamente, a todos nos dicen que el único poder es la ciudadanía, el poder popular. Pero los otros tres se encargan matemáticamente con toda asiduidad y con verdadera creatividad de convertir a las mayorías en minorías, por un proceso de alquimia.
La alquimia sólo funciona en la mente del ser humano. Entonces una mayoría pasa por la urna y al día siguiente es minoría.
Lo que hay que hacer es que los políticos sean realmente un poder popular.
Y por eso sigue todo teniendo que comenzar en este mundo.
La democracia sigue teniendo que pasar todos los días un examen. Y algún día lo haremos igual que hay que hacer educación ambiental.
Tan importante y en paralelo es la educación en la profundización del ejercicio de la responsabilidad ciudadana para que el político, además, no se vea solo. Porque cuando está solo inmediatamente convierte la mayoría en minoría.
Es un proceso parecido al de la educación ambiental o al de la sostenibilidad.
Pero hay muchos políticos absolutamente magníficos, la mayoría son personas como tú y como yo, honradísimos que quieren llevar las cosas adelante, que tienen, por desgracia, que soportar a los otros dos poderes que son mucho más fuertes que él y que le mediatizan.
Veo con mucha esperanza una parte del movimiento que se está notando en muchos lugares del planeta y que incluye a una parte de las consideraciones sobre la sostenibilidad: el pensamiento ecológico, los partidos verdes.
Evidentemente hay mucho trecho entre lo anunciado, lo prometido, el programa electoral y lo realizado. Pero en algunos programas veo un principio de esperanzadora sensatez.
Va a ser difícil, complejo, lento. Es una vez más ir contra corriente. Pero hay que echarles una mano a los políticos. No hay cosa más peligrosa que un político solo. Y le dejamos solo porque es muy cómodo, es lo más fácil. Tú te quedas en casa viendo la TV y ahí se las apañe él.
De pronto te llaman para que vayas a votar, vas por allí, te gastas media hora y hasta dentro de cuatro años. Ya no tengo otra responsabilidad.
Nos pasamos la vida demandando responsabilidades a los demás y no teniendo miedo de nuestro poder. Segundo punto de la educación ambiental. El primero es que las cosas pueden cambiar. El segundo es tener miedo de uno mismo antes que tenerlo del vecino.
- Muy bien. Muchas gracias. Recuerdo que la próxima sesión será el día catorce de enero por la Sra. de la Cortina. Muchas gracias y hasta la próxima.